CANÓNIGO POR UN DÍA

Seguro que cuando te contaron por primera vez que el castillo de Sigüenza fue la humilde morada de los obispos seguntinos, te imaginaste al obispo viviendo una vida de lujo y, en parte, no te falta razón, pero hubo un tiempo en que el obispo y su cabildo vivían una vida muy distinta.

Desde que D. Bernardo constituyese el cabildo en 1144 y se trasladasen a la catedral, estos canónigos vivieron en las dependencias claustrales una vida a caballo entre el ora y el labora hasta el 1300. ¿Te imaginas una visita guiada por la catedral del siglo XII?

Comenzaría a las 2:30 de la madrugada ante la alegre llamada campanil para el oficio de maitines, a los que seguían los laudes a las 4:00. Efectivamente, con mucho sueño. Si el propio papa Francisco reconoce que cuando reza, a veces, se queda dormido, te puedes imaginar lo que era para estos canónigos rezar de madrugada en la oscura catedral. Fue tan duro que a algunos monjes, como a Rodolfus Glaber se les llegó a aparecer el mismísimo diablo diciéndole

“¿Por qué saltas tan rápido de la cama cuándo has escuchado la señal? Podrías entregarte todavía un poco a la dulzura del descanso, al menos hasta la tercera señal”.

Terminados los rezos nocturnos, la vida despertaba en Sigüenza a las 6:00 con el toque de hora prima, que indicaba el amanecer de un nuevo día. Desde este toque se aprovechaba para las primeras labores hasta el oficio de tercia, a las 9:00, al que seguía una misa. Tras ello, la comunidad se reunía en la sala capitular para, como reza el dicho, ser llamados a capítulo. Esta sala se conserva en la actualidad como una de las más especiales y antiguas de la catedral.

En este capítulo se rompía el silencio que, por norma general, reinaba en los monasterios, lo que hizo que algunos capítulos fueran momentos en los que

“las habladurías vuelan en un sentido y luego en otro y como todos hablan con su vecino se produce una formidable algarabía como entre las habituales de una taberna o en medio de un tugurio lleno de borrachos”

Tras el capítulo se volvía al trabajo en labores como la enseñanza de la música, cuidado de los enfermos o dirigir la fábrica de las obras catedralicias. De ello podemos apreciar vestigios en el palacio de infantes, el hospital de san mateo o en la actual figura del canónigo fabriquero.

Otro espacio que se conserva es el refectorio, el comedor de estos canónigos. Si has ido a ver la primera serie de tapices, te habrás dado cuenta de que es la sala más fría de la catedral, por lo que pronto convirtieron este comedor en la bodega de la catedral.

Después de una merecida siesta, llegaba el oficio de nona a las 15:00 y tras ello llegaba el momento de estudio, cuando los canónigos reglares deambulaban meditando en el claustro románico de columnas geminadas y capiteles historiados leyendo pergaminos a la luz del sol de la tarde o incluso traduciendo, copiando y redactando las grandes obras y documentos que nos han llegado y no a nuestros días.

Con la puesta de sol terminaba la luz en Sigüenza y llegaba el oficio de vísperas, la cena y la llegada de las horas completas. La jornada la cerraría una breve oración en el dormitorio común para descansar hasta el próximo toque de campana.

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