EL DONCEL Y EL SEÑOR DE LOS ANILLOS

Boromir, hijo de Denethor, Capitán General y Alto Guardián de la Torre Blanca era un hombre alto de cara noble y hermosa, de cabello largo y oscuro y de ojos grises con una mirada orgullosa y seria. Pero esta es también la descripción de Martín, hijo de Fernando, Doncel de Sigüenza y comendador de Santiago. Y es que muchas veces podemos ver en los personajes de los cuentos reflejos de figuras históricas que se nos hacen en ellos más cercanas que en documentos antiguos.

Martín fue el hijo que heredó el legado de su padre, siguiendo su camino en la orden de Santiago, al igual que Boromir fue el hijo predilecto del senescal de Gondor, instruido en armas y preparado para suceder a su padre.

Pero ambos tuvieron un contrapunto, sus hermanos. Boromir encuentra en Faramir la inteligencia frente a su fuerza como Martín encontró en su hermano el orator frente al bellator. Pero no podemos ver en esta diferencia un contrario, sino un complemento para ellos mismos. De boca de Faramir vemos que en Gondor “un guerrero ha de tener inteligencia y conocimientos, y no solo dominar el manejo de las armas y el arte de matar”. Esta frase sacada de un libro de aventuras es el pensamiento del propio Don Juan Manuel, quien animaba a los nobles a leer historias de “fazañas” para que encontrasen en ellas “exemplum” y verse a sí mismos en grandes aventuras (véase el primer párrafo).

Y así como su vida fue paralela, también lo fue su muerte. Ambos murieron como los protagonistas de grandes fazañas bélicas y en la muerte encontraron la fama. De hecho, si el doncel ha pasado a la historia es por su enterramiento.

Cuando el cuerpo de Boromir fue puesto en la barca que le llevó al mar vestía su uniforme con el árbol blanco de Minas Tirith en el pecho y portaba su yelmo de la ciudadela de Gondor, su espada, el cuerno de Vorondil y el cinturón de oro que le regaló la dama Galadriel.

El sepulcro del doncel no es muy distinto. En él, Martín luce el traje militar de Santiago, con la cruz en el pecho; su casco, en el que se apoya un paje; un puñal y el libro. Pero también vemos un detalle singular que le representa como caballero, el cinturón que serpentea detrás del escudo que sostienen dos pajecillos.

Pero como en la historia, lo importante de las “fazañas” no son las aventuras pasadas, sino el mensaje que queda para el futuro. Curiosamente, no todos hallamos el mismo mensaje en ellas pues no encontramos el mensaje que quieren transmitir, sino el que necesitamos recibir.

“Yo pensaba que los personajes maravillosos de las leyendas salían en busca de aventuras porque querían tenerlas, y les parecían excitantes, y en cambio la vida era un tanto aburrida: una especie de juego, por así decir. Pero con las historias que importaban de veras, o con esas que uno guarda en la memoria, no ocurría lo mismo. Se diría que los protagonistas se encontraban de pronto en medio de una aventura, y que casi siempre ya tenían los caminos trazados, como dice usted. Supongo que también ellos, como nosotros, tuvieron muchas veces la posibilidad de volverse atrás, sólo que no la aprovecharon. Quizá, pues si la aprovecharan tampoco lo sabríamos, porque nadie se acordaría de ellos. Porque sólo se habla de los que continuaron hasta el fin… y no siempre terminan bien”